Terapia de integración del apego

 

 

Tanto nuestra anatomía como nuestra fisiología son el resultado de millones de años de evolución, un proceso que ha ido añadiendo estructuras nerviosas que resultaron útiles a las especies que nos precedieron filogenéticamente. El cerebro de los seres vivos ha ido desarrollándose, conservando estructuras y funciones que resultaron útiles para la supervivencia, y alcanzando cada vez niveles más complejos.

 

 

Los seres humanos tenemos que procesar la información a dos niveles diferentes: uno cognitivo, a través del pensamiento, y otro emocional. Las emociones van a regular gran parte de nuestro comportamiento y nuestros pensamientos, y a menudo van a estar en contradicción con lo que sabemos que resulta lógico. Las emociones son inconscientes y, a diferencia de las cogniciones, no podemos evocarlas a voluntad, surgen de forma espontánea en función de diferentes estímulos o bien, mediadas por nuestro pensamiento. En los seres humanos, los circuitos cerebrales relacionados con el pensamiento empiezan a madurar a partir de los 2-3 años de edad y no se desarrollan del todo hasta los 25-27 años aproximadamente. En cambio, los circuitos emocionales se desarrollan en los primeros meses de gestación en el útero materno y la mayoría están ya operativos desde el nacimiento. A medida que crecemos podemos sentir emociones y tomar decisiones racionales en función del desarrollo madurativo y de las circunstancias ambientales. Muchas veces será el circuito emocional el que predomine en la conducta, bien porque por edad no esté desarrollado todavía el circuito cerebral relativo al pensamiento o porque la emoción sea tan intensa (generalmente un peligro) que no permita ninguna valoración cognitiva.

 

En mi experiencia, la mayoría de las personas que vienen buscando ayuda lo hacen porque existe una lucha entre lo que "saben" que deben hacer (cognición) y lo que "pueden" hacer (emoción). Las emociones, en situaciones que se perciban como generadoras de ansiedad o alerta, van a hacer, por un lado, que pensar se convierta en algo muy difícil o imposible y, por otro, que se pueda actuar de forma impulsiva, lo cual, en ocasiones, puede incluso llegar a ser patológico.

 

 

¿De dónde vienen todos esos aprendizajes?

Durante la infancia, se van a ir construyendo los cimientos de la personalidad mediante la relación con los cuidadores. En la adolescencia, se producirá la ruptura emocional con los padres y la elección de pareja. Finalmente, en la edad adulta se formará una familia, se tendrán hijos y se perpetuará el ciclo. Y en todo este gran proceso se producen un sinfín de aprendizajes sobre nosotros mismos (qué evitar, qué puede hacernos daño, a quién debemos temer, etc.), sobre los demás, sobre la vida y el mundo, que influirán en cómo nos sentimos y en cómo manejamos nuestro malestar.

 

Precisamente, a través de nuestra relación con nuestros cuidadores en la infancia adquirimos una serie de recursos para afrontar el estrés. Lógicamente, si las relaciones con nuestros cuidadores fueron sanas (protectoras, seguras), aprenderemos a relacionarnos con nosotros mismos y los demás de una forma eficiente y saludable (aunque no exenta de malestar); por el contrario, si no es así, comenzarán a desarrollarse una serie de problemas en forma de conductas disfuncionales o dañinas, emociones desadaptadas o desproporcionadas o formas de pensamiento distorsionado.

 

 

A todo ese gran marco de aprendizajes que adquirimos a lo largo de nuestra vida, denominamos modelo operativo interno, y será la clave sobre la que se centra la terapia de integración del apego. Una gran memoria donde se encuentran miedos, figuras, recuerdos, seguridades, etc...

La historia de nuestras relaciones

Las personas que en su infancia experimentaron una falta de afecto (apego evitativo) darán más importancia a las cogniciones, mientras que los que eran incapaces de prever las acciones de los padres desarrollaron un apego ansioso darán prioridad a las sensaciones corporales más que a las cogniciones. Los individuos en cuya infancia existía un equilibrio entre las cogniciones y las sensaciones (apego seguro) serán más equilibrados en la edad adulta y más capaces de actuar de una forma mucho más acertada.


Aquellas personas que no hayan podido encontrar un equilibrio sano en su infancia en las relaciones consigo mismo y con los demás, tratarán de encontrar la homeostasis bien en factores externos que les hagan no sentir las sensaciones de malestar (comida, drogas, otras personas), bien en factores internos (pensamientos o sensaciones).


En el caso de que se produzca una ruptura del equilibrio interno o en relación con los demás, la mente tenderá a buscar mecanismos de regulación para no sentir malestar. Estos mecanismos –que en su origen pudieron resultar útiles– con el paso del tiempo pueden convertirse en patológicos, haciendo que el individuo sienta que sus emociones, cogniciones y conductas escapan a su control.

 

Las personas con estos sistemas del apego dañados en la infancia, tienen muchas más posibilidades de sufrir diferentes patologías relacionadas con trastornos corporales y/o de ansiedad en la edad adulta, como hipocondría, somatizaciones, ansiedad permanente y, por supuesto, ataques de pánico. Mediante la terapia, en un entorno relacional sano entre el terapeuta y el paciente, pueden aprender a autorregularse y permitir que todos esos aprendizajes desadaptativos de la infancia puedan sustituirse, creando reacciones cada vez más adaptativas frente a estímulos adversos.

 

 

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