Para poder entender el impacto de una pérdida y cómo nos afecta al ser humano hace falta cierta comprensión del concepto de apego. El apego es la tendencia del ser humano a establecer fuertes vínculos afectivos con otras personas. Dichos vínculos surgen de la necesidad de seguridad, se desarrollan a corta edad, aunque no sólo se considera normal en niños, sino también en adultos.
Lógicamente, si el objetivo de la conducta de apego es mantener los vínculos, aquellas situaciones que amenacen con cortar dicho vínculos van a generar reacciones muy concretas. Entramos en un continuo: duelo normal – duelo complicado.
Antes de nada, es importante subrayar la diferencia entre lo que es un duelo normal de lo que es un duelo complicado.
Esto supone unos procesos que, en lugar de avanzar progresivamente hacia una asimilación o acomodación de lo sucedido, conducen a repeticiones estereotipadas o interrupciones prolongadas del proceso de curación.
Dicho de otro modo, la diferencia principal entre el duelo normal y el complicado radica en una relación de continuidad entre las reacciones normales y las anormales, donde la patología está más relacionada con la intensidad o la duración de una reacción que con la presencia o ausencia de una conducta concreta.
Una de las preocupaciones más frecuentes entre familiares que comparten una pérdida suele aparecer por algún miembro de la familia. Es decir, muy a menudo existe una preocupación de la familia por saber si un miembro está o no teniendo un proceso de duelo complicado, y si por tanto, debería recibir ayuda profesional. Veamos qué señales nos pueden orientar en este sentido.
Hay varias señales que nos pueden indicar la existencia de un duelo no resuelto o complicado y, aunque ninguna de estas señales basta por sí sola para hacer un diagnóstico concluyente, debemos tomarnos muy en serio su aparición: nos pueden estar indicando la necesidad de acudir a un psicólogo o profesional especializado en el tratamiento del duelo. Algunas de estas señales son:
|
|
|