El enamoramiento se suele definir como una situación maniaco-depresiva, donde se alternan estados de euforia/depresión. Si soy correspondido/a soy feliz, si no, me siento desgraciada/o.
Algunas características del enamoramiento son:
El enamoramiento tiene fecha de caducidad y según los estudios tiene una duración aproximada entorno a 1.5 - 3 años de duración, y cuando acaba puede transformarse en:
El enamoramiento, hablando en sentido neuroquímico, provoca un enorme deseo, una amplia obsesión. Podríamos decir que es incluso una adicción: la atención se focaliza en la persona amada y las actividades solitarias que antes nos resultaban placenteras ahora quedan empequeñecidas frente a cualquier proyecto que suponga tiempo con el otro.
La química también tiene mucho que decir sobre el enamoramiento. Mientras estamos bajo su «hechizo», intervienen en nuestro cerebro potentes neurotransmisores, como la serotonina y la dopamina, que también equiparan el efecto neuroquímico del enamoramiento en el cerebro con el que producen otro tipo de drogas.
En muchos casos el enamoramiento es el punto de partida del amor. A través de él, las personas obtienen la suficiente energía como para empezar a crear lazos con el otro. Lazos que serán en parte los que sostengan a la pareja en los momentos de crisis.
Es decir, el amor es racional, o al menos no es tan irracional como el enamoramiento, ya que no sentimos la misma intensidad emocional por un amigo o un hermano que por la persona de quien estamos enamorados.
Es complicado que esa etapa de enamoramiento se prologue en el tiempo, principalmente porque produce un gran desgaste en los recursos de las personas enamoradas (aunque dentro de la propia etapa de enamoramiento pueda no sentirse así). De esta manera, la llama chispeante del enamoramiento se convierte en una llama más sosegada.
Al comienzo de una relación las expectativas son muchas, la atracción es muy intensa, hay gran suspense por lo que pueda pasar con la persona amada. Pero el tiempo pasa, y llega la seguridad, la estabilidad, el afecto, los códigos de comunicación propios…
Las parejas que acaban de conocerse suelen tener una sintonía envidiable: la empatía es más fácil porque el uno está muy pendiente del otro y al revés. Sin embargo, el conocimiento y la complicidad es un caldo de fuego lento, al igual que la confianza. Es cierto que nunca vamos a dejar de descubrir al otro, en parte porque el otro es dinámico y cambia; cambian sus costumbres, su círculo social o su carácter. Sin embargo, somos capaces de ver en él un núcleo duro, una cierta estabilidad dentro del movimiento que es lo que nos hace tener la sensación de que conocemos al otro.
Cuando realmente comenzamos a ver al otro con sus fallos y sus defectos, cuando tenemos ese «choque» de realidad y aceptamos esas diferencias y llegamos a amarlas es cuando realmente podemos hablar de amor.
Amar a alguien implica conocerlo completamente, saber qué nos gusta del otro y qué no e incluso así tomar la decisión de querer permanecer a su lado.
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