El perfeccionismo es uno de los grandes lastres que algunas personas arrastran en sus vidas y que, en no pocas ocasiones, son motivo de consulta para acudir a un psicólogo. Sin embargo, a menudo ocurre que el motivo de consulta no es el perfeccionismo, o el control, sino las consecuencias de creer que debemos y podemos perseguir y alcanzar la perfección. En su modalidad problemática o patológica consiste en una convicción o certeza de que cualquier cosa por debajo de un ideal de perfección es inaceptable.
El perfeccionista se caracteriza principalmente por un miedo excesivo al fracaso o al error, un pánico que le genera unas expectativas altísimas con unos objetivos que muchas veces son poco realistas. Sus metas frecuentemente son inalcanzables. Esto, unido a un patrón de pensamiento dicotómico (de todo o nada, perfecto o desastroso, etc.), supone una enorme presión para la persona perfeccionista que acaba por castigarse y culparse cuando las cosas no salen exactamente como él quiere. Como consecuencia, se retroalimenta el círculo vicioso del perfeccionista: algo sale mal, me culpo y me castigo, baja mi autoestima, aumenta mi miedo al fracaso y, de nuevo, me planteo nuevos retos o metas ‘imposibles’ que compensen mi malestar y aumenten mi autoestima.
Probablemente estás pensando “¿Igual soy yo un perfeccionista?” Responder a esta pregunta suele ser algo complejo, de hecho, el perfeccionista no se tiene por tal. No suele considerar que es un rasgo de su personalidad, sino una condición que sale a flote en algunas situaciones: “soy perfeccionista en el trabajo”, “no puedo evitar analizar todo lo que hago y cómo actúo en situaciones sociales”, “no me puedo permitir un error”, “necesito tenerlo todo controlado para sentirme bien”, etc., son algunas de las frases que encubren un control excesivo y un billete directo hacia el perfeccionismo. Como comentaba antes, el pensamiento dicotómico es uno de los grandes factores mantenedores de este rasgo. Es decir, TODO o NADA. BLANCO o NEGRO. Las diferentes tonalidades para un perfeccionista, los diferentes resultados ante un nuevo reto, no son válidos para la persona que persigue la perfección. Además, no tener unos objetivos claros y bien definidos contribuye a esta forma de afrontamiento y conduce a un estado de malestar ‘flotante’, es decir, que aparece y desaparece con frecuencia.
¿De dónde viene el perfeccionismo? ¿Por qué soy perfeccionista? Podríamos responder a estas preguntas imaginando una pirámide.
En resumen, la hipótesis más verosímil acerca de las causas de esta condición obsesiva del perfeccionismo es que algunas personas tienen una disposición constitucional (o innata) para ser obsesivas, y que esa predisposición puede ser estimulada o inhibida según las percepciones y experiencias de los primeros años de vida.
Podríamos decir que el perfeccionista, a un nivel inconsciente, cree que vivir sin errores es posible y siempre necesario. ¿Qué ideas subyacen bajo este perfeccionismo?
Es importante distinguir dos conceptos que a la persona perfeccionista le cuesta diferenciar: el perfeccionismo y la voluntad de excelencia.
La voluntad de excelencia es una intención consciente de desempeñarse con competencia, es una actitud flexible y razonable; el perfeccionismo, sin embargo, es rígido, perjudicial y compulsivo.
A diferencia del perfeccionista, la persona que persigue una excelencia se da cuenta de que un error no tendrá mayores consecuencias y es capaz de conformarse con un resultado que no sea el perfecto. Esto, conlleva en el perfeccionista que muy frecuentemente se plantee conseguir algo sin definir bien cómo hacerlo, tan sólo se plantea un resultado: el perfecto. ¿Qué implica esto?
No es extraño ver a una persona perfeccionista con una habitación desordenada u otro ámbito de su vida cotidiana desatendida porque, ésta, es la gran paradoja del perfeccionista: es el perfeccionismo lo que le provoca ese desorden (cuando persigue incansablemente un orden).
Y hablando de paradojas, precisamente la mayor tragedia del perfeccionismo es que simplemente no funciona. Cabría suponer que se es constantemente elogiado y que nadie le critica a uno. Pero no es así: el perfeccionismo perjudica al trabajo y a las relaciones, y somete a la persona a una presión constante y pesada. Si se ha llegado a la conclusión de que el perfeccionismo nos está perjudicando, ha llegado el momento de cambiar, y puede hacerse.
|
|
|