Si ya en "Lo que aprendiste a creer" hablábamos acerca de los pensamientos y de las creencias y esquemas cognitivos (y cómo nos afectan o influyen), en este artículo vamos tratar algunas de esas creencias complejas denominadas creencias o ideas irracionales. Más concretamente, la idea extendida y reforzada en nuestra cultura de que para considerarme valioso he de ser muy competente y conseguir todo lo que me propongo.
Nuestra cultura se sustenta en esta creencia que juzga la realidad en base a una dicotomía (bueno-malo, apto-no apto, competente-incompetente), primando el resultado por encima del proceso. De esta forma, siempre que consigas cuanto te propones serás competente, pero nunca lo serás si no lo consigues. Esta idea refuerza lo que también conocemos como cultura del éxito, cultura del esfuerzo o de la valía, que tan dañina es para todos los individuos.
Pero antes de comenzar podríamos introducir otro término relevante y relacionado, y es el de la autoestima. Una de las características innatas y propias del ser humano es la capacidad para ser consciente de uno mismo, para ser consciente de su existencia y de su identidad. De forma que si la persona es capaz de definir quién es, también lo es de definir si le gusta o le disgusta dicha identidad. En esto consistiría la autoestima, en la estima o el juicio que hacemos acerca de nuestra propia identidad, constituida por los valores, gustos, creencias, aspecto, actitudes y un largo etcétera.
Si tenemos en cuenta el concepto de autoestima y la idea de que para considerarme valioso tengo que ser muy competente y conseguir todo lo que me propongo, podemos suponer que aquellos que no consigan sus objetivos tenderán a estimarse a sí mismos como fracasados, incompetentes, incapaces, inútiles y un sin fin de calificativos negativos basados exclusivamente en la consecución de los objetivos, sin tener en cuenta otros factores sumamente valiosos y externos (ajenos). La realidad, sin embargo, es que la valía o la identidad de una persona no varía en función de si consigue un objetivo, pero los psicólogos nos encontramos con frecuencia problemas de autoestima y relacionados (ansiedad, depresión, etc.) debidos a esta forma de interpretar nuestra realidad basada en dos polos contrapuestos, propios de un estilo perfeccionista, y fomentados por una cultura del éxito y el esfuerzo.
Otro término clave para comprender el alcance de cuanto estamos hablando es el de crítica patológica. Podríamos definir la crítica patológica como aquella voz interior negativa que nos ataca y juzga, que nos compara con los demás, que identifica los errores propios con facilidad y nos castiga por cometerlos, que nos dice cómo debe uno vivir o cómo ser el mejor, o que nos afirma con total seguridad cuál es la verdad absoluta y única. Dicha crítica se encarga de minar nuestra autoestima formando un tejido entrelazado a base de pensamientos aparentemente razonables y justificados. Debido a esto, los ataques suelen ser percibidos por la persona como "lo normal", sin embargo nunca se les ocurriría dirigirse ni aconsejar a un amigo o familiar de la forma en que lo hacen consigo mismos. Así por ejemplo, una persona se dirige a sí misma diciéndose "eres imbécil" por cometer un error, o se dice "no vuelvas a equivocarte" cuando, a todas luces, le parece disparatado, injusto y excesivamente severo emplearlo con quién está a su alrededor (por considerarlo, acertadamente, una forma de maltrato psicológico). Además de esto, si lo analizamos, la verdad es que esta estrategia frente a los errores resulta completamente contraproducente, inútil.
A lo largo de una sesión con un paciente tratábamos precisamente la forma en que tendía a evaluarse (negativamente y severamente) a sí mismo, le expliqué qué era la crítica patológica. Enseguida el paciente me interrumpió para añadir una cuestión: "¿Entoces qué hago, me digo a mí mismo que todo está bien... que todo lo hago bien?". No tardó muchos segundos en responderse a sí mismo y ser consciente de cómo había 'dicotomizado' y llevado al extremo la crítica; pero exactamente por eso, no se trata de eliminar la crítica, sino de adaptarla a la realidad. Cuando hablamos de crítica patológica, también es justo hablar de crítica sana, adaptada o razonable, y tan imprescindible es la segunda como innecesaria e injusta es la primera.
Para poder identificar dicha crítica debemos prestar atención a la forma en que nos trasladamos los mensajes ("eres idiota", "eres débil", "no caes bien", "abandona ya", "no te fíes", "no lo vas a conseguir"), y otras veces identificar si la crítica viene en forma de imágenes de anteriores fracasos o errores.
Normalmente, la crítica aparece en las situaciones que nos resultan más estresantes (ante una entrevista, con nuestro jefe, con alguien que nos desagrada, cuando no llegamos a un objetivo laboral, cuando nos critican o nos sentimos rechazados, cuando alguien querido nos expresa desaprobación).
Un buen método para cazar dicha crítica es llevar un papel con nosotros y apuntar cada ocasión en que aparezcan dicha autocrítica:
Me ayuda a sentirme / evitar | Me ayuda a evitar sentirme |
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El volumen y la severidad con la que nuestra (auto)crítica ataca está directamente relacionado con la magnitud de los gestos prohibitivos. Dichos gestos se dan en la educación por parte de los padres, que enseñan a su hijo qué conductas son aceptables, cuáles no y cuáles causan enojo. A dichas conductas que generan un castigo, enojo o reprimenda les denominamos 'gestos prohibitivos', y constituirán en un futuro la crítica más o menos sana en función de varios factores.
Los gestos prohibitivos son temibles y rechazables. Un niño al que su padre le da un cachete o echa una reprimenda siente muy intensamente la retirada de la aprobación paterna. Es, por unos instantes, una mala persona, y merece esa reprimenda. En definitiva, estos gestos están directamente relacionados con la fuerza de sus sentimientos de malestar, que a su vez están determinados por varios factores:
Pero, llegado a este punto, ¿sería justo considerar que sólo los gestos prohibitivos de los padres son los responsables de la autocrítica de sus hijos? Lo cierto es que no. Pese a la enorme trascendencia de estos gestos, lo cierto es que la crítica patológica tiende a reforzarse por sí misma. Veamos por qué...
Paradojicamente, la (auto)crítica nos ayuda a resolver problemas y a satisfacer determinadas necesidades (necesidad de sentirnos bien con nosotros mismos, necesidad de hacer el bien o lo correcto y necesidad de ser competentes), lo que contribuye a su aparición y le da un sentido a su mera existencia. Una función útil y adaptativa. Por otro lado, la crítica a su vez nos machaca, nos presiona y nos hace experimentar emociones negativas.
Teniendo en cuenta ambos efectos, una persona con una (auto)crítica patológica o elevada se verá siempre presionado por sus objetivos inalcanzables, lo que le aportará algunas consecuencias positivas como la consecución de algunas sub-metas (y reforzará su aparición). Por otro lado, la crítica se reforzara negativamente a través de la necesidad de controlar los sentimientos dolorosos.
Dicho de otra forma, para comprender el modelo de mantenimiento de la crítica patológica, podemos establecer un paralilismo con las adicciones: en un principio los reforzadores positivos (diversión) controlarán la adicción, para más tarde pasar a ser 'controlada' por los reforzadores negativos (evitar la ansiedad, trata de quitarse la abstinencia, dejar de sentir malestar).
Aquellas personas que tienden a evaluarse en base a sus objetivos y sus competencias suelen esforzarse mucho por saber de todo, ser muy críticos con sus errores, evitar o abandonar tareas que pongan de manifiesto su falta de competencia y sentirse muy afectados por las críticas.
Por ello es útil que (si te identificas en este perfil):
Cuidarte y cambiar esa crítica será sumamente beneficioso para ti y para los que están a tu alrededor. ¡Ánimo con ello!
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