El trastorno de personalidad dependiente o por dependencia (TPD) consiste en la necesidad excesiva de ser cuidado y no abandonado por parte de la persona que lo sufre, conllevando un comportamiento de extrema sumisión y apego, y temores de separación en forma de comportamientos dependientes y sumisos (que comienza en la edad adulta). La persona considera que es incapaz de estar sola, se percibe como indefensa o incapaz de funcionar adecuadamente sin la ayuda de los demás.
El trastorno de personalidad por dependencia (TPD) se caracteriza por la necesidad dominante y excesiva de ser cuidados, y que se manifiesta por cinco (o más) de los siguientes hechos:
El TPD se puede confundir con otros trastornos de personalidad, ya que tienen ciertas características en común. Sin embargo, si un individuo tiene características de personalidad que cumplen los criterios para uno o más trastornos de la personalidad, pueden diagnosticarse todos.
Aunque muchos trastornos de la personalidad se caracterizan por presentar características dependientes, el TPD se puede distinguir por su comportamiento sumiso, reactivo y excesivamente apegado.
Este trastorno se puede confundir con los siguientes:
En el trastorno de personalidad por dependencia (TPD) se observan una serie de estados emocionales en la persona que influyen y marcan una ruta en sus relaciones con los demás. Estos estados emocionales los podemos resumir en cinco:
La identidad de uno mismo en las personas por trastorno de personalidad dependiente se organiza entorno a tres esquemas de sí mismos: soy inadecuado o no estoy bien como soy, soy incapaz y soy incompetente.
Sus estados emocionales se caracterizan por temas de amenaza, soledad, abandono y pérdida. La persona mantiene constantemente la sensación de ser incapaz de afrontar solo los acontecimientos, aunque la presencia del otro permite una mayor sensación de competencia sobre las propias capacidades. En consecuencia, el mayor sentido de eficacia y adecuación va acompañado, en todo caso, por un sentimiento estable de fragilidad, que determina la convicción de “no poder yo solo”.
Algunas creencias que aparecen en este estado o que verbaliza la persona giran en torno a la propia infravaloración que hacen de sí mismos y podrían resumirse como sigue:
Estas personas tienen una necesidad constante de estar presentes en la mente del otro (su pareja, p.ej.) y de compartir y sintonizar profundamente en todo momento. La idea que el otro no le tenga en mente les lleva a experimentar sentimientos terroríficos de vacío y de intensa frustración. Para ellos conseguir estar en la cabeza del otro, ganando también competiciones imaginadas, les confiere valor.
En consecuencia, pueden buscar en la relación una confirmación constante de esa presencia, y someter al otro a presiones que, a menudo, activan ciclos interpersonales o relacionales disfuncionales o dañinos (patológicos).
Tras este estado, la persona con trastorno dependiente de la personalidad pasaría a un segundo estado: el estado de autoeficacia.
Es el estado deseado por la persona, caracterizado por un sentimiento de bienestar, dominio de sí mismo, seguridad y alegría. Este estado está supeditado a la presencia de una relación significativa segura y estable en el que, la separación del otro, no es siquiera imaginable.
Es, por tanto, el temor a la ruptura o la ruptura de la dependencia lo que genera los síntomas de tipo ansioso o depresivo, activados por situaciones que hacen peligrar o amenazan la dependencia mutua.
El mantenimiento de la dependencia permite la permanencia de la representación de sí mismo como competente, pero no anula la de un sí mismo inadecuado y débil.
Estado de vacío desorganizado
Este estado tiene su inicio cuando se produce una ruptura de la dependencia (relación de pareja, amistad, etc.) y genera un estado de vacío en el individuo que se caracteriza por:
Este estado se caracteriza por una sensación fuerte de abatimiento frente a la pérdida, donde prevalece el sentimiento de abatimiento, escasa eficacia personal y confusión.
La persona, en este estado, con frecuencia se siente oprimida por los demás dado que intenta (tras una ruptura) atender a las necesidades y expectativas éstos, llegando incluso a ser algunas objetivos contradictorios. Con tal de mantener la presencia y la proximidad de las figuras de referencia, se adhieren constantemente a las expectativas y los deseos del otro.
Además, no es extraño observar en la persona que, al entrar en este estado emocional, existe una cantidad ingente de objetivos y tareas sin la capacidad de centrarse exclusivamente en uno o de priorizar los más relevantes. Pasan de una tarea a otra sin establecer planes ni orgzanizar prioridades y cuando el balance de las actividades son excesivas aparece la abulia (falta de voluntad para iniciar una actividad) y la astenia (agotamiento, abatimiento).
Todo este proceso acaba derivando en un profundo sentimiento de ineficacia y de baja eficiencia personal que, a su vez, refuerza el sí mismo inadecuado y débil (primer estado - vuelta a empezar). ¿Qué generará toda esta cascada de acontecimientos? El refuerzo de las creencias por parte de la persona de que necesita de alguien más fuerte para afrontar los problemas de la vida...
Este estado está catacterizado por una concepción de las relaciones como coercitivas, es decir, como marcadas por la idea de que las relaciones implican ejercer presión sobre un individuo para que haga algo o no lo haga.
En dicho estado, comienza a aparecer ansiedad, rabia y sensación de haber sufrido una injusticia. Habitualmente la rabia no se expresa, sino que se niega (transformándose en ansiedad) pretendiendo evitar el conflicto y una posterior ruptura de la relación; y cuando las expectativas del otro no son compatibles con los objetivos personales advierten un sentimiento de obligación a conformarse y se rebelan emocionalmente.
Las sensaciones corporales activadas por la rabia y por el sentimiento de coerción, como sensación de ahogo, respiración entrecortada, nudo en la garganta, etc., se pueden vivir con ansiedad y miedo a perder el control. Dichas sensaciones y experiencias emocionales intentan bloquearse, pero paradójicamente van a más.
En ocasiones la persona se rebela al estado de coerción. Suele percibir un estado transitorio de alta eficacia tras la rebeldía, al que le sigue rápidamente sentimientos de culpa, pena y temor al abandono y al castigo que lo llevan a estrategias de reparación, con el fin de mantener la relación.
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