Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y de la ingesta de alimentos se caracterizan por una alteración persistente en la alimentación o en el comportamiento relacionado con la alimentación que lleva a una alteración en el consumo o en la absorción de los alimentos y que causa un deterioro significativo de la salud física o del funcionamiento psicosocial.
Actualmente, los trastornos de la conducta alimentaria son:
Estos trastornos se presentan cada vez con mayor frecuencia en chicas más jóvenes, e incluso en niñas pequeñas. Y, aunque es difícil creer que las personas que desarrollan una anorexia nerviosa, una bulimia nerviosa, un trastorno por atracón, etc., utilizan la comida para afrontar sus dificultades existenciales, no tomar en cuenta esta realidad subyacente bloquea la implementación de un programa de tratamiento integral, eficaz y duradero.
Las causas de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son variadas, existiendo múltiples factores que determinan su aparición y su mantenimiento. En cada caso clínico es esencial evaluar globalmente a la persona que sufre uno de estos trastornos, teniendo en cuenta aspectos:
Otro de los aspectos más importantes e influyentes son los aspectos socioculturales, como el culto a la belleza que destaca mujeres y hombres con ciertos pesos y figuras, y las normas culturales que valoran a las personas por su apariencia física y no por sus cualidades internas, es un factor de relevancia en la actualidad. La mayor incidencia en el sexo femenino, en relación a los varones, es probablemente una consecuencia de la publicidad sesgada que se observa en las culturas occidentales acerca de la «necesidad» de que las mujeres hagan dietas y comparen su cuerpo con modelos de perfección.
Existen, en definitiva, varias razones por las que una persona desarrolla un trastorno alimentario. Algunas pueden haber sido víctimas de abuso físico, emocional y/o sexual; vivido en una familia en la que se negaba cualquier emoción negativa, discrepancia o conflictiva; o se abusaba del alcohol; otras haber pasado una etapa en la infancia en la que fueron la/el “gordita/o” y recibir numerosas burlas de sus compañeros.
Cualesquiera que hayan sido las razones, los pacientes, sus familias y los terapeutas tienen que saber que el trastorno alimentario ha sido la manera de enfrentar sus sentimientos y emociones negativas, sus miedos, sus supuestas deficiencias. Los trastornos de la conducta alimentaria no existen en vacío ni ocurren en una persona con una vida plena y emocionalmente sana. Las personas que devienen pacientes tienden a ser más introvertidas, sensitivas, obsesivas, aisladas o impulsivas y desarrollan la idea de que la pérdida de peso o la consecución de un cuerpo perfecto, les aliviará del malestar, los sentimientos de inseguridad y su disforia. La mayoría de los pacientes presentan alteraciones del estado de ánimo, ansiedad, síntomas obsesivo-compulsivos o trastornos de la personalidad.
Además de la restricción alimentaria, otra forma de compensar los atracones o de controlar el peso son las purgas. La presencia de purgas suele ser señal de peor pronóstico, física y mentalmente. De otro lado, el uso de diuréticos y laxantes también suelen ser habituales, y acaban creando cuadros alternados de estreñimiento y diarrea. Estas conductas purgativas suele estar asociada a otros problemas de control de los impulsos, especialmente al uso de sustancias.
Por otra parte, existen estrategias compensatorias de carácter no purgativo, por ejemplo, la cumplimentación de dietas/ayuno y el ejercicio intenso. Es habitual que estas pacientes, sobre todo en el caso de la anorexia nerviosa, tengan un nivel de actividad excesivo: excesiva dedicación al estudio, reducción de horas de sueño y, por supuesto, ejercicio físico para quemar calorías. Además, el ejercicio también puede ser objeto de ritualización (seguir una determinada secuencia rígidamente). El ejercicio excesivo también es muy habitual entre las pacientes con bulimia nerviosa,aunque los estudios reflejan que el ejercicio extremo en este grupo es menos común que en la anorexia nerviosa.
En las sociedades occidentales hay un gran porcentaje de personas, mayoritariamente mujeres, que viven y sienten sus cuerpos con una gran insatisfacción, nunca demasiado delgados, siempre alejados de lo que significa belleza y éxito. En el caso de la anorexia nerviosa, la prevalencia media estimada es del 0,3 por 100, y para la bulimia nerviosa, entre el 1 y 3 por 100 en muestras de mujeres norteamericanas (Hoek y Van Hoeken, 2003).
Los TCA no son, pues, los trastornos mentales más prevalentes, pero lo alarmante ha sido la rapidez con la que en pocos años (unas tres décadas) se incrementaron sus cifras (de
dos a cinco veces más) (Fairburn y Harrison, 2003), además, en un sector de la población muy vulnerable a estos temas, las
mujeres adolescentes, a quienes, una vez manifestado el trastorno, se les deteriora enormemente su calidad de vida y quedan comprometidos seriamente
su salud y su futuro.
Los objetivos del tratamiento de los trastornos de la conducta alimentaria son:
Respecto a las terapias con mayor eficacia, en cuanto a la anorexia nerviosa, lo primero que hay que considerar es el trabajo de su motivación, dada la poca conciencia de enfermedad y su resistencia al cambio. También hay que centrarse en la estabilización nutricional y del peso, lo cual produce una mejora sustancial en el estado general del paciente. En cuanto a la bulimia nerviosa, el tratamiento de elección es la terapia cognitivo-conductual. Es eficaz en el 50 por 100 de los casos y consigue sus efectos más rápidamente que la terapia interpersonal.
Los fármacos antidepresivos producen una disminución en la frecuencia de los atracones y las purgas y una mejora en el estado de ánimo; sin embargo, su efecto no es tan relevante como el que se obtiene con la terapia cognitivo-conductual y en el seguimiento no se mantienen sus resultados (Fairburn y Harrison, 2003).
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