El trastorno por consumo de alcohol se define como una agrupación de síntomas comportamentales y físicos, entre los que están la abstinencia, la tolerancia y el deseo intenso de consumo.
Se trata de un trastorno asociado a un mal funcionamiento de determinados circuitos cerebrales que intervienen en el autocontrol, por lo que si la ingesta no se detiene el curso de esta enfermedad pueden aparecer consecuencias médicas, psiquiátricas y adictivas, las cuales contribuyen a una mayor vulnerabilidad hacia la recaída y, por tanto, a su cronificación.
La adicción al alcohol se caracteriza por un consumo repetido que, al actuar como sustancia psicoactiva, hace que el consumidor se intoxique periódicamente o de forma continua, mostrando un deseo compulsivo de beber y una enorme dificultad para interrumpir y/o modificar voluntariamente dicho consumo.
La adicción al alcohol se caracteriza por:
En la actualidad, se considera que la remisión del trastorno puede ser de dos tipos:
Y la gravedad del trastorno se determina por el número de síntomas, pudiendo ser:
El primer episodio de intoxicación por alcohol suele suceder hacia la mitad de la adolescencia en un porcentaje elevado de las personas que acaban desarrollando una adicción al alcohol. Sin embargo, la gran mayoría que desarrolla trastornos relacionados con el alcohol los desarrolla al final de la treintena y se mantienen con un curso variable caracterizado por la remisión en el consumo y las recaídas.
Habitualmente, esas recaídas suelen dar lugar a períodos en que la persona continúa unos niveles de consumo que ya presentaba antes de la remisión, y, con frecuencia, el motivo por el que vuelve a abandonar el consumo viene precedido de una crisis personal, de pareja o de otra índole (conflictos familiares, accidentes de tráfico, agresiones, etc.).
No obstante, una vez que se retoma la ingesta de alcohol, es muy probable que el consumo se incremente de forma rápida y que reaparezcan los problemas graves.
Aunque la mayoría de las personas con el trastorno por consumo de alcohol desarrolla la afección antes de los 40 años, alrededor de un 10 % presentan un inicio tardío.
El alcohol puede llegar a tener un poderoso efecto reforzador, dado que a su efecto reforzador positivo (debido a la activación del circuito de la recompensa cerebral) se suma su efecto reforzador negativo, bien sea por alivio de síntomas de ansiedad o bien de abstinencia del propio alcohol o de otras sustancia (ansiolíticos, p.ej.).
La administración crónica (repetida) de alcohol produce cambios neuroadaptativos compensatorios a los de su administración aguda (puntual e intensa), que generan un estado de hiperexcitabilidad del sistema nevioso central (SNC), que puede expresarse clínicamente a través de los síntomas de abstinencia, que son debidos tanto a una hiperfunción glutamatérgica, noradrenérgica y de los canales de calcio, como a una hipofunción gabaérgica.
Tras unas horas sin ingerir alcohol, la persona que tiene dependencia de dicha sustancia puede presentar síntomas de rebote o de abstinencia. Un nuevo consumo de alcohol o de benzodiazepinas (BZD) en tales circunstancias puede producir un poderoso efecto reforzador negativo, ya que ambas neutralizan, de manera rápida y eficaz, los síntomas de abstinencia. Pero se trata de un efecto que dura pocas horas y puede ir seguido de un nuevo efecto de rebote, que dejaría a la persona todavía en peor estado del que se encontraba, es decir, con más síntomas de ansiedad, trastorno del sueño u otros síntomas de abstinencia, lo cual reactivaría su “necesidad” de un nuevo consumo de alcohol o BZD.
En la persona que presenta dependencia del alcohol, tanto los estímulos condicionados (que predicen la disponibilidad del alcohol - quuedar con los amigos, salir de trabajar, discutir con la pareja, ver un partido de fútbol), como el estrés, como un pequeño consumo de alcohol, pueden disparar el deseo de beber alcohol (“craving”) y precipitar una recaída.
Cuando la persona consigue reducir el consumo de alcohol, o incluso cuando deja de beber durante una temporada, tiende a recuperarse rápidamente de las consecuencias debidas a la toxicidad crónica del alcohol, pero los estímulos condicionados siguen disparando estados de craving que van a conducir a un nuevo consumo de alcohol, tras el cual reaparece la dificultad para controlar o incluso la pérdida de control, que conducen a la recaída; cerrando de este modo el círculo de la adicción, que se caracteriza por períodos de remisión que se alternan con crisis de recaída.
El tratamiento psicológico del alcoholismo está compuesto habitualmente por una serie de elementos terapéuticos:
Una de las intervenciones psicológicas con mayor evidencia y eficacia es la intervención motivacional. El objetivo es la prevención de recaídas, por medio de la identificación de situaciones de riesgo, el aprendizaje y ensayo de estrategias de afrontamiento (cognitivas y conductuales) y el reconocimiento y afrontamiento de los estados de “craving”, identificando cuáles son las fortalezas que motivan para el cambio.
La intervención motivacional nos permite trabajar incluso con pacientes poco motivados (esquizofrénicos, bipolares o con graves trastornos de personalidad) y determinados fármacos pueden ayudar a reducir el consumo hasta niveles de bajo riesgo.
El tratamiento psicológico del alcoholismo se ha mostrado efectivo para reducir y eliminar el consumo abusivo de alcohol. Este tratamiento persigue varios objetivos de manera general:
Los trastornos bipolares, la esquizofrenia y el trastorno antisocial de la personalidad, además de algunos trastornos depresivos y de ansiedad, se asocian con un aumento notable de la tasa de trastorno por consumo de alcohol. Al menos una parte de la asociación descrita entre la depresión y el trastorno por consumo de alcohol moderado o grave se puede atribuir a los síntomas comórbidos depresivos temporales inducidos por el alcohol, que son el resultado de los efectos agudos de la intoxicación o de la abstinencia.
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