En el trastorno de ansiedad social (antes llamado fobia social) la persona experimenta una ansiedad exagerada en las situaciones en las que es observada y puede ser criticada por otros, o donde simplemente ha de relacionarse con los demás. Este trastorno interfiere de una forma marcada en la vida de la persona, que tiende (cada vez más) a evitar situaciones sociales o las soportan con una elevada ansiedad, y en algunas ocasiones, ataques de ansiedad.
Algunos ejemplos son las interacciones sociales (mantener una conversación, reunirse con personas extrañas), ser observado (comiendo o bebiendo) y actuar delante de otras personas (dar una charla).
De esta forma ante una situación social la persona con TAS la percibirá como una amenaza, se encenderán todas las señales de alerta del cerebro y centrará toda su atención en su desempeño social, en sus síntomas físicos, en sus pensamientos negativos, etc. Para disminuir todo este malestar intentará evitar la situación o utilizar medidas de seguridad (no hablar, no dar su opinión, no relacionarse con personas desconocidas...).
Una vez finalizada la situación social seguirá rumiando sobre su
desempeño y
valorándolo como negativo. Así sentirá que se confirman sus creencias y se instala un círculo vicioso. Comenzará a evitar con más frecuencia las situaciones sociales creyendo que
eso es lo que lo mantiene “a salvo” sin darse cuenta que esto sólo está reforzando su ansiedad y su miedo, en vez de disminuirla realmente.
El trastorno de ansiedad social (TAS) se caracteriza por el miedo o ansiedad ante las interacciones sociales y las situaciones que implican la posibilidad de ser examinado. Esto incluye interacciones sociales tales como reuniones con personas desconocidas, situaciones en las que la persona puede ser observada, y situaciones en las que la persona ha de actuar ante otros.
Los síntomas del trastorno de ansiedad social son:
Las fobias sociales suelen deberse a conductas aprendidas que han sido modeladas por factores evolutivos. Igual que otras fobias específicas, las fobias sociales a menudo parecen originarse a partir de casos muy concretos de condicionamiento clásico, vicario o directo, como por ejemplo sufrir en primera persona, o ser testigo de una humillación pública, o también sufrir u observar la ira o las críticas de alguien.
Las personas que padecen fobia social generalizada también suelen tener padres que han vivido socialmente aislados y que a su vez devaluaban la sociabilidad y los amigos, lo que podría haber facilitado a sus hijos el aprendizaje vicario de sus miedos sociales (Bruch, 1989; Morris, 2001; Rosenbaum et al., 1994). De manera más general, los padres con trastornos de ansiedad tienen más probabilidad que los padres sin este trastorno, de hablar a sus hijos sobre los posibles peligros implícitos en situaciones desconocidas, como puede ser el patio de recreo (Morris, 2001).
La exposición a acontecimientos estresantes de carácter incontrolable e impredecible puede desempeñar un papel muy importante en el desarrollo de la fobia social (Barlow, 2002; Mathew et al., 2001; Mineka y Zinbarg,1995). La sensación de incontrolabilidad e impredecibilidad puede dar lugar a una conducta sumisa y no asertiva, como la que caracteriza a las personas con ansiedad o fobia social.
Se ha encontrado que las personas con fobia social tienen una sensación de inferioridad respecto a su capacidad de controlar las circunstancias de su vida; tienden a creer que los acontecimientos están controlados por «los poderosos» (Leung y Heimberg, 1996). Esta reducida sensación de control personal puede haberse desarrollado, al menos en parte, debido a que se hayan criado en una familia excesivamente sobreprotectora.
Los resultados de un amplio estudio con gemelos sugieren que existe una modesta contribución genética a la fobia social; se estima que la proporción de varianza debida a los factores genéticos se sitúa alrededor del treinta por ciento (Kendler et al., 1992b).
La variable temperamental de mayor trascendencia es la inhibición conductual. Los niños que se alteran con facilidad cuando se encuentran ante estímulos desconocidos tienen un mayor riesgo de mostrarse timoratos durante su niñez,y durante la adolescencia, muestran un mayor riesgo de desarrollar fobia social (Hayward et al., 1998; Kagan, 1997).
Otro estudio longitudinal encontró que los niños con una elevada inhibición (definida por su cautela ante los extraños) entre los ocho y los doce años de edad, tenían mayor tendencia a tener una vida social menos positiva y menos activa durante su edad adulta y que, además, los hombres también tenían mayor tendencia al estrés emocional (Gest,1997).
Las personas con fobia social tienden a esperar un rechazo por parte de los demás, lo que favorece una sensación de vulnerabilidad en presencia de esas personas.
Clark y Wells (1995; Wells y Clark, 1997) añaden también que esos esquemas característicos de la ansiedad social incluyen también expectativas de que actuarán de manera inaceptable, lo que a su vez aumentará el rechazo por parte de los demás. Dichas expectativas producen asimismo una gran preocupación respecto a sus respuestas corporales en situaciones sociales, lo que aumenta más si cabe la convicción de que todo el mundo se percatará de su ansiedad. Esta enorme preocupación interfiere con su capacidad para interactuar de manera adecuada con la gente.
El trastorno de ansiedad social es a menudo comórbido con otros trastornos de ansiedad, con el trastorno depresivo mayor y con los trastornos por consumo de sustancias; la aparición del trastorno de ansiedad social, en general, precede a la de los otros trastornos, a excepción de la fobia específica y el trastorno de ansiedad por separación.
La forma más generalizada del trastorno de ansiedad social es a menudo comórbida con el trastorno de la personalidad evitativa.
El TAS puede aparecer en forma brusca después de una experiencia estresante a nivel social, o puede desarrollarse de modo lento y la persona sentir que “siempre fue así”.
Este trastorno se mantiene en el tiempo (y se cronifica) por dos cuestiones:
Por ello, el tratamiento persigue los siguientes objetivos:
Los tratamientos psicológicos que han demostrado ser más eficaces son los basados en la terapia cognitivo conductual.
Las principales técnicas que los tratamientos multicomponentes cognitivo-conductuales han incluido son:
|
|
|