El trastorno de pánico es uno de los trastornos de ansiedad, caracterizado por la aparición de ataques de pánico inesperados y recurrentes. Estos ataques de pánico se viven como una oleada repentina de miedo intenso o malestar intenso que alcanza su máximo en cuestión de minutos. El miedo queda reflejado en el temor a volver a sufrir un ataque de ansiedad, lo cual conlleva cambios en el comportamiento del sujeto tales como una mayor autoobservación, evitación de sensaciones o comportamientos que cree que podrían propiciar dicho ataque.
La frecuencia y la gravedad de los ataques de pánico varían ampliamente, presentando algunas personas crisis con una periodicidad moderada (p. ej., una vez a la semana), mientras que otras personas presentan crisis más frecuentes (p. ej., cada día) separadas por semanas o meses sin padecer un solo ataque, o bien los presentan con una frecuencia considerablemente menor (p. ej., dos cada mes) durante un período de varios años
El término crisis de pánico denota el abrupto surgimiento de una intensa ansiedad que aumenta al máximo, que se desencadena por la presencia de estímulos particulares o pensamientos acerca de ellos, o que ocurre sin señales claras y es espontáneo e impredecible.
Llamamos crisis o ataque de pánico a la aparición repentina de miedo intenso, acompañado de algunos de los siguientes síntomas que alcanzan su máxima intensidad en los primeros 10 minutos aproximadamente, para luego decrecer en forma rápida:
Si tu cerebro percibe una situación de riesgo (real o imaginaria) activará un sistema de alarma que dará lugar a cambios a nivel fisiológico para proteger tu vida. Estos cambios en el ataque de pánico se viven como una amenaza ya que el peligro no es real, aunque si realmente estuvieras frente a una situación de riesgo estos síntomas no los sentirías como peligrosos para ti.
Por ejemplo, si en este momento estuvieras en un lugar que comienza a incendiarse, percibirías el peligro y se activaría tu sistema de alarma dando lugar a la activación fisiológica, permitiendo
así que salgas corriendo del lugar y preserves tu vida. Necesitarías que tu corazón lata más rápido para enviar más sangre a tus extremidades y esto no sería interpretado como peligroso, sino todo lo
contrario.
Lo que sucede es que toma un tiempo que los mensajeros químicos adrenalina y noradrenalina sean destruidos. Por lo tanto, aun cuando el peligro haya pasado y tu sistema simpático haya detenido su respuesta, es probable que te sientas ansioso o aprehensivo por un tiempo, ya que las sustancias químicas permanecen aún circulando por tu organismo. Recuerdate a ti mismo que esto es perfectamente natural e inofensivo. De hecho, la ansiedad remanente es también parte de la función adaptativa que tiene el ser humano desde tiempos prehistóricos. En esas épocas, el peligro con frecuencia retornaba, y era útil que el organismo estuviera todavía preparado para reactivar su respuesta de lucha/huida más rápidamente.
A consecuencia de este trastorno y de sus crisis resulta habitual que aparezca, como consecuencia, otro problema: la agorafobia.
Este trastorno con frecuencia aparece ligado al trastorno de pánico, dado que la persona comienza a asociar determinados lugares o situaciones a la ansiedad y el pánico experimentado, evitando dichos sitios.
Llamamos agorafobia a la intensa sensación de desamparo que experimentamos al encontrarnos en lugares donde nos parece que nos resultará difícil escapar o en los que no será fácil conseguir ayuda en caso de sufrir un ataque de pánico.
|
|
|